Alrededor de la trufa se despliega un mundo de posibilidades culinarias. Los aceites, vinagres, licores y algunos alimentos como los huevos y las mantequillas, se impregnan de su olor y sabor. De hecho, estos dos últimos nos dan una pista de las dos características necesarias para trufar alimentos: que sean porosos o grasos.
Los alimentos porosos dejan pasar el aroma de la trufa. La cáscara del huevo, al ser porosa, permite que el olor y el sabor de la trufa lleguen a su interior si se guardan juntos en un envase hermético. Lo mismo ocurre con los cereales, que se impregnan del aroma de la trufa y, además, la protegen de la humedad. Un buen ejemplo es el arroz trufado.
Entre los alimentos grasos, encontramos aceites, foie, quesos,… Con materia prima de buena calidad y trufa negra, puede conseguirse un resultado aún más excepcional. La grasa de estos alimentos ayuda a fijar el sabor de la trufa. En algunos casos, como en los quesos, es necesario realizar la mezcla durante el proceso de curación; en otros, como con el aceite o el foie, el trufado de los alimentos puede hacerse en casa.
También pueden trufarse carnes y embutidos, como el pavo. Si se opta por la elaboración casera, la carne picada se saboriza con trufa rallada antes de embutirla dos o tres días antes de su consumo.